Reportaje sobre el fotógrafo Attilio Moscioni (1877?-1950) por Eliseo Combas Guerra, publicado en la edición del domingo, 11 de abril de 1937 del desaparecido periódico El Mundo. En éste artículo, titulado “Del San Juan que fue hace 30 años”, Combas Guerra conversa con el fotógrafo Luis de Casenave,* sobrino de Moscioni. sobre las fotos de San Juan que tomó su tío alrededor de 1907 que muestran el cambio que ha experimentado la ciudad en 30 años.
Le invitamos a leer el reportaje completo, ya que nos muestra la visión de cambio y progreso que se tenía en 1937. Combas Guerra relata su sorpresa al ver fotos de un San Juan en donde se usaban carretas de bueyes y barcos de vela, que contrastan con el San Juan de 1937 que “huele hoy a progreso, tiene un perfume de gasolina que agrada, y que lo echa uno de menos cuando está dos o tres días por la isla”. En contraste, Casenave expresa que “San Juan parecía ayer una ciudad llena de romance. Sin embargo, hoy es una ciudad que no cree en el amor de los romances. Lo más importante para los habitantes de la ciudad parece ser ahorrar penas y fatigas, porque sabe de las máquinas que ahorran el sudor”.
*Luis de Casenave (1901-1976), sobrino político de Attilio Moscioni. Desde los nueve años Casenave comenzó a recorrer toda la isla de Puerto Rico con su tío, quien le infundó su amor por la fotografía. Casenave trabajó para el periódico El Mundo de 1924 a 1967.
A continuación reproducimos el texto completo del reportaje para facilitar su lectura:
EL MUNDO, SAN JUAN. P.R. — DOMINGO 11 DE ABRIL DE 1937. 7
DEL SAN JUAN QUE FUE HACE 30 AÑOS
Cuando circulaban carros de bueyes por las calles de la Capital y se viajaba en bote de vela a dos centavos
POR E. COMBAS GUERRA
—Dime una cosa, ¿qué tienes para el domingo?
—Pues, mira Casenave, me han dado la “oreja” de que “Sit Out”, que corre en la cuarta carrera, es un robo.
—No, hombre, no. Me refiero a los reportajes. Lo que te quiero preguntar es sobre el tema que tienes para el próximo domingo.
—Hasta la fecha no tengo ninguno, mi caro amigo, ¿es que se te ha ocurrido algo?
—Bueno, yo tengo ahí abajo unas fotografías que podrías sacarle partido.
— ¿Dónde? ¿En tu laboratorio? Pues vamos a verlas, quizás me saquen del apuro.
Y mientras descendíamos las escaleras, Casenave delante con su jumazo en la boca, yo le decía:
—Esta semana no he encontrado tema y tampoco se me ha ocurrido nada, de manera que tal vez tú me saques del apuro, porque ya Badillo me ha preguntado dos veces qué es lo que tengo para el dominical y yo lo he venido aplazando.
Cuando llegamos al laboratorio del fotógrafo relámpago, Casenave comenzó a buscar en su archivo de miles de fotografías las que me pensaba mostrar. Resulta un entretenimiento este famoso archivo de Casenave. ¡Qué muchas caras conocidas en diferentes actitudes van desfilando ante nuestra vista! Case nave posee en sus colecciones la vida azarosa de todos nuestros más prominentes políticos y hombres públicos.

Arriba: —Además del servicio de vapores, entre Cataño y San Juan hacían también la travesía botes de vela que cobraban dos y tres centavos por pasajero. Pero eso sí, su velocidad dependía de la dirección y la tuerza con que el viento soplara. Abajo: —El muelle de las goletas ha desaparecido. Aquí mismo se levanta hoy el precioso edificio de la aduana. Estas pequeñas goletas y balandros conducían mercancías a diferentes partes de la Isla, cuando aún se utilizaban las carretas y los camiones no habían invadido todavía nuestras carreteras. El flete, además, era muy barato. [Derecha:] El vaporcito “Encarnación”, que hacía viajes entre la capital y Cataño, además del “Pepita” y el “Valdes”. Estos “ferry-boats” ya desaparecieron.
—Ahí tienes. Escríbete algo sobre estas fotografías. . .
— ¿Pero cómo te empeñas tú en que escriba de estas cosas si yo nunca he estado en Manila?
— ¡Hombre, Combas Guerra! ¡Parece mentira!
— ¿Qué es lo que parece mentira? ¿De qué te ríes?
—Chico, esto es San Juan.
— ¿Qué?… ¿Qué esto es San Juan? Hombre Luis, no me tomes el pelo. ¿Cómo tú me vas a decir que este camión de dos bueyes de fuerza se usa en San Juan?
—Pues, como lo oyes, éste es el San Juan de ayer.
—Muy lejos de ayer. ¿Supongo que estas fotografías no las habrás tomado tú, porque no te considero tan viejo?
—No, naturalmente. Estas fotografías fueron tomadas por Attilio Moscioni, un tío mío, italiano de nacimiento, pero boricua de corazón.
— ¡De manera que lo del arte de retratar lo llevas en la sangre!
—Así parece. Y lo de gustarme comer macarrones y spaguettis también.
— ¡Ave Maria! Contemplando uno estas fotografías parece como que en el mundo se ha hecho una inesperada mutación. Una calma difusa parece enseñorearse del espíritu contemplando la tranquilidad que se observa en estas fotografías. San Juan, en la época que muestran estas fotografías, parece una ciudad llena de silencio.
—Pues mira tú, yo me acuerdo todavía de algunas de esas escenas, especialmente las de la Marina. Eso fué el otro día, como quien dice.
— ¡Carretas de bueyes! ¡Barcos de vela; muchos! ¡Qué diferencia y en tan pocos años! San Juan huele hoy a progreso, tiene un perfume de gasolina que agrada, y que lo echa uno de menos cuando está dos o tres días por la isla.
—Eso mismo me decía el otro día un policía que encontré en un pueblecito del interior, que estuvo antes en San Juan “dando tráfico”. Me dijo co[n] mucha pena al saludarme: ¡qué mucha falta me hace el olor de la gasolina!
—Y así mismo es, Casenave. Fíjate y verás cómo el olor de la gasolina parece que concede cierta superioridad a las ciudades. Y, sin embargo, tántos centenares de miles de dólares que se esfuman anualmente por el mofle de los automóviles. Yo creo que ese es el mayor absentismo que tenemos en Puerto Rico: la gasolina.
“Fíjate bien en estas fotografías, Luis, y verás cómo San Juan parecía ayer una ciudad llena de romance. Sin embargo, hoy es una ciudad que no cree en el amor de los romances, en las promesas, en las palabras. Lo más importante para los habitantes de la ciudad parece ser ahorrar penas y fatigas, porque sabe de las máquinas que ahorran el sudor. Y es que los tiempos cambian mucho. Antes los hombres gastaban barba, patilla y bigote, pero ahora se afeitan completamente. Así lo requiere la moda.
—Pues los viejos a quienes yo les he mostrado algunas de estas fotografías han encontrado a San Juan así más bonito que el de hoy. Eso es por los recuerdos que guardan de aquella época. Por eso es que dicen que cualquier tiempo pasado fué mejor. Lo mismo nos sucederá a nosotros mañana. Lo que hoy resulta moderno pasará a ser antiguo. Pero como los recuerdos que guardemos de éste San Juan de hoy llevarán honda impresión en nuestra mente, diremos lo mismo, y el San Juan de “ayer” nos parecerá también mejor que el de “hoy”.
—Pero yo no acabo de comprender cómo San Juan haya cambiado tanto. Por estas fotografías San Juan me parece exiguo, pequeño, pobre. ¡Qué aspecto tan modesto éste que nos proveen las fotos de pobrecita capital, con sus calles angostas y sus aceras estrechísimas!
—Pero fíjate en el puerto tan bonito, tan luminoso, tan blanco de velas. No creas, San Juan tenía antes su belleza, sus encantos. Para mi estas calles del San Juan de hoy, las del centro, son infames, son hórridas.

Una lavandera que vino de Cangrejos a buscar la ropa sucia de los “blancos” en la ciudad, se detiene un momento a comprarle a unos vendedores ambulantes, de los muchos que antes pululaban por las calles de la capital.
—Bien, Casenave, pero en todos los cascos antiguos de las viejas ciudades acontece lo propio. Fíjate, sin embargo, que hoy en San Juan se ve en todo él un ansia viva de reorganización y de adelanto, de sobrepujarse a sí mismo, de adquirir cuanto antes la categoría de verdadera gran ciudad a que tiene derecho. Mira al lado del edificio en que nos encontramos. La piqueta demoledora arrasa edificios de ladrillos viejos y carcomidos por efectos del tiempo que morían fieles a la tradición, se levantan bancos, comercios, cines, restaurantes, joyerías de escaparates rutilantes, todo lo que habla al buen vivir, a la conquista de la vida agradable. Hoy la gente de la capital no piensa nada más que en divertirse y gastar dinero. Por sus calles desfilan automóviles lujosísimos, no hay un sólo local desocupado, los cines están llenos todos los días, los bars rebosan de clientes, jóvenes en su mayoría que acuden a saborear las combinaciones de licores de distintos colores y sabor.

Arriba: —El antiguo edificio de la Colectiva, en la parada 8, permanece inalterado. No así la Avenida Ponce de León. Estos frondosos almendros fueron derribados para ampliar la avenida debido a que así lo exigía el enorme tránsito de vehículos de motor que en pocos años invadió la ciudad. El motorista del trole, observará el lector, va fuera. Actualmente sería imposible tomar una fotografía de este sitio sin que aparecieran dos líneas de automóviles y guaguas. Abajo: —Estas carretas de bueyes han sido hoy sustituídas ventajosamente por rápidos y potentes vehículos de motor que transportan las mercancías compradas en los almacenes de la capital a todas las poblaciones de la isla.
“En todos los lugares se observa la invasión femenina, y las mujeres van de un lado para otro, muy satisfechas del progreso. Son ellas las que prestan, con su frivolidad y su elegancia, esta nota tan mundana y tan íntima que vemos por todas partes; las que embellecen las mesitas de los bars y hacen soportable la vida.
¡Qué bonito es este San Juan de hoy!

San Juan, hace treinta años visto desde la bahía, cuando nuestro puerto era visitado por enormes goletas que traían mercancías no sólo desde Estados Unidos, sino también desde muchos países europeos. La capital, hoy llena de altos edificios, parece en esta fotografía —que también retrata su silencio— una ciudad chata.
Puede ver e imprimir copia de este reportaje en el portal The University of Florida Digital Collections (UFDC).
Fuente: The University of Florida Digital Collections (UFDC)
Referencias: El Vocero, Primera Hora, Archivo Histórico y Fotográfico de Puerto Rico, www.attiliomoscioni.com.
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